Mirta Muerta: por el camino de los sueños
La nueva obra de Pata de Musa Teatro asume el riesgo de transitar la carretera perdida que conecta el realismo mágico con el policial negro. Lo primero que nota el espectador al ingresar a una función de Mirta Muerta, la nueva obra de “Pata de Musa Teatro”, es que la sala del Centro de Estudios Teatrales, está invertida, el público se ubica arriba del escenario y mira hacia abajo, desde allí mientras el resto de sus pares se acomoda en las sillas negras de plástico tan características del teatro independiente rosarino (al que en Buenos Aires absurdamente llaman “Off”), observará un cuarto despojado con una lámpara, una mesita de luz, una mesa pequeña, algunas sillas, un radiograbador tirado en el piso.
Todas las luces se apagan, en el grabador comienza a sonar Karmacoma de Massive Attack, y algunas tenues luces azules se disparan sobre una silla donde Paola Chávez se contonea con oscura sensualidad. La primer escena de Mirta Muerta es digna de una película de David Lynch, y lo que viene después no se alejará demasiado de la estética del más rebelde de los directores hollywoodenses.
Al igual que en las películas de Lynch, hay algo del orden de lo onírico que rompe los esquemas de la temporalidad y hay una trama oculta que subyace debajo de lo que parece pasar en la superficie. En lo que puede verse a simple vista, se cuenta una historia que sucede en el que quizá sea el hall de ingreso de un prostíbulo un tanto alejado de cualquier ciudad, allí un cafisho y dos torpes ayudantes esperan junto a una prostituta llamada Sabrina por un abogado que debe resolver una muerte... la de Mirta.
El abogado es interpretado por Esteban Goicoechea (autor de la obra), y cuando este llega asistimos a una escena donde el resto de los personajes interpretan para el abogado (dramaturgo) la historia de la muerte de Mirta, que pareciera ser la antecesora de Sabrina, y ésta toma su papel con tanto conocimiento de causa que comenzamos a dudar si Mirta no es ella misma. A partir de acá se quiebra la linealidad de la trama, y se abre en mil posibilidades infinitas como en un cuento borgeano, los personajes comienzan a ir y venir entre un pasado supuesto y un presente incierto que inscriben en un extraño cruce entre el policial negro y el realismo mágico.
Afortunadamente la obra no abusa del recurso de la condensación onírica, ni de los devenires temporales del guión, lo que que permite al espectador reconstruir su propia trama siguiendo algunas de las bifurcaciones propuestas por el guión, y si se deja llevar por ese camino de los sueños, podrá disfrutar de una atrapante historia sostenida por buenas actuaciones, y algunos golpes de efecto interesantes.
Dardo Ceballos